Cierro los ojos e intento concentrarme en los sonidos sintetizados, visualizando la música como una cebolla iridiscente a la que yo, lenta y concienzuda, voy arrancando capas, una tras otra, hasta dar con una diseñada especialmente para mi: el regalo de la rave. Y cuando la encuentro, la hago ascender por mis venas, mis arterias y mis capilares, recorrer mi cuerpo mezclada con mi linfa y mi sangre, ascender por mi cabeza e inundarm por completo. Me diluyo en música, me borro, me extiendo, me transformo, me vuelvo líquida y polimorfa, de pronto llega un roll on, un cambio de secuencia prolongada que comienza muy muy lentamente, y luego acelera de forma paulatina hasta retomar el ritmo del techno, insistente, acompasado a los latidos del corazón. La oscuridad me invita a dejarme llevar y me arrastra hacia el altavoz que vomita una música monótona, geométrica, energética y lineal, suavizada en mi cabeza por el éxtasis.
Bloddy.
Que rápido pasan las noches cuando disfrutas de buena compañía y música.
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